Es un grupúsculo de vividores,
autodenominados “mayas” que viven de la cooperación internacional y del
bochinche nacional. Falsos voceros y profetas de un pueblo que ni los ha
elegido, ni los ha nombrado, y menos los identifica con la existencia “chic” que,
en nombre de los “hermanos” indígenas, se han forjado. Viven de la pobreza.
Enfatizan la pobreza. Pero su riqueza mal lograda deslumbra.
A la par de estos vividores de la
identidad está el ya selecto grupo de Ladinitos, vividores también, segundones,
arrastrados que han tomado el discursito ese de la “cosmovisión, de Ajaw, de
Tepew, de Gukumatz,… de Tzaqol y Bitol”, y lo elevan al cielo —vaya farsantes—
mientras en sus morrales “fashion” suenan las ayudas de “los cooperantes”.
Acto mismo de racismo, tanto de
los “mayas chic”, como de los Ladinitos buscafortunas, porque, oh sorpresa,
“proyectos” de “desarrollo” solo para las poblaciones “mayas”. Para el Oriente
ni pura estaca porque sucede que en el “racismo del antirracismo” estas
chorchas dispusieron hacer con el Oriente guatemalteco lo mismo que combatían:
“invisibilizarlo”.
Y la “comunidad internacional”,
ciega, sorda, muda, y corrupta siguió los designios de los dioses “mayas” y los
semidioses Ladinitos mestizoides, y en su lucha contra la “discrimi-Nación” y
el “racismo”, ¡pum! de un plumazo desaparecieron al Oriente, porque “en el
Oriente no hay ‘indios’”.
Pero las “compañeras y compañeros”,
como suelen llamarse, en su promiscuidad financiera le entran a todas las poses
que ni un tal “Crisóstomo” habría practicado con tanta flexibilidad, mire pues:
indígenas feministas, mayas ecologistas, pueblos ancestrales sindicalistas,
naciones originarias por los derechos civiles, pueblos originarios por los
derechos humanos, indianismo desarrollista consuetudinario, pastoral étnica
ecofeminista, y una serie de nombres que entre más complicado, entonces más
pisto.
Yo soy indio. Obvio, pues. Pero jamás
de esa clase de vividores, menos de “aliado” de los ladinitos huevones que
vieron “negocio” en el etnicismo radical.
El indio que yo conozco no vive
de la “pobreza” de sus hermanos. El indio que vi cuando crecí es productivo, es
comerciante, es honrado, es ingenioso, es emprendedor, es bondadoso, es
solidario, es pacífico, es inteligente.
Las indias que yo conocí en mi
casa, entre mi madre y mis tías, eran y siguen siendo mujeres a quienes el sol
siempre las encontró y las encuentra ya levantadas, mujeres que sí vivieron la
guerra y luego nos enseñaron el perdón. Ellas jamás compartirían ni una
tortilla con las indias vividoras. Sentenciaron: “Maldito el que haga dinero de
la memoria de sus muertos”. Sí, mil veces malditas las vividoras, mil veces malditos
los Ladinitos rastreros.
Los indios que vi y me formaron
viven, como yo, de sus negocios, de sus industrias, de sus siembras, no de las
ONG, ni de las indignas migajas que tiran extranjeros paternalistas ante un
discurso guerrillerista y tierrerista.
Me alimenté de muchos indios e
indias nobles. A ellos sigo, en ellos creo. Esos que se dicen “líderes
indígenas” no son más que ladronzuelos de la identidad.